domingo, 14 de octubre de 2012

LA COMPASIÓN 9no AEB

EL VALOR DE LA COMPASIÓN
EL ANCIANO Y LA ESTRELLA
Había una vez un vulnerable ermitaño que vivía en la cueva de una montaña. Durante todo el día no probaba ni un sobro de agua; solo al anochecer calmaba su sed. Cuando llegaba la noche veía resplandecer con el fulgor especial una estrella en el firmamento; eran los dioses aprobaban su moderación.
Cierto día un muchacho le pidió vivir con el y seguir su misma vida. El anciano le acepto. Al día siguiente bajaron ambos a buscar agua al riachuelo que surcaba el fondo del valle. El viaje ermitaño no bebió del agua cristalina; el muchacho tampoco; quería imitarle en todo.
Subieron la empinada cuesta; el calor era intenso y jadeaban de cansancio. El muchacho le miraba con los labios resecos y sus ojos le pedían poder tomar por lo menos un sorbo de la jarra que llevaba en su hombro. Se sentaron en un recodo del camino para descansar.
El anciano pensaba: “Si yo no bebo, el muchacho no beberá tampoco; pero si yo bebo, esta noche no veré la estrella.” ¡Que mar de dudas en el corazón del ermitaño! Por fin, al descansar de nuevo, el viejo, compadecido de la sed del muchacho, tomo la jarra, se la acerco a los labios y bebió.
¡Como brillaron los ojos del muchacho!
-¿Puedo beber yo también?
- Si, muchacho. Yo he bebido, bebe tú.
Al anochecer el anciano no se atrevía a levantar los ojos al cielo porque pensaba que los dioses le ocultarían la estrella. Sin embargo, cuando, por fin, levanto la mirada vio que aquella noche, en la bóveda del firmamento, brillaban dos estrellas. EL ANCIANO Y LA ESTRELLA Había una vez un vulnerable ermitaño que vivía en la cueva de una montaña. Durante todo el día no probaba ni un sobro de agua; solo al anochecer calmaba su sed. Cuando llegaba la noche veía resplandecer con el fulgor especial una estrella en el firmamento; eran los dioses aprobaban su moderación. Cierto día un muchacho le pidió vivir con el y seguir su misma vida. El anciano le acepto. Al día siguiente bajaron ambos a buscar agua al riachuelo que surcaba el fondo del valle. El viaje ermitaño no bebió del agua cristalina; el muchacho tampoco; quería imitarle en todo. Subieron la empinada cuesta; el calor era intenso y jadeaban de cansancio. El muchacho le miraba con los labios resecos y sus ojos le pedían poder tomar por lo menos un sorbo de la jarra que llevaba en su hombro. Se sentaron en un recodo del camino para descansar. El anciano pensaba: “Si yo no bebo, el muchacho no beberá tampoco; pero si yo bebo, esta noche no veré la estrella.” ¡Que mar de dudas en el corazón del ermitaño! Por fin, al descansar de nuevo, el viejo, compadecido de la sed del muchacho, tomo la jarra, se la acerco a los labios y bebió. ¡Como brillaron los ojos del muchacho! -¿Puedo beber yo también? - Si, muchacho. Yo he bebido, bebe tú. Al anochecer el anciano no se atrevía a levantar los ojos al cielo porque pensaba que los dioses le ocultarían la estrella. Sin embargo, cuando, por fin, levanto la mirada vio que aquella noche, en la bóveda del firmamento, brillaban dos estrellas.

   
ACTIVIDADES EXTRA-CLASE:
1.- Imprime la lectura del anciano y la estrella y ponla en tu carpeta de D.H.
2.- Copia la historia del video en tu cuderno de materia y presentalo al Docente para obtener tu nota.

 

  

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